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Confesiones de un dentista

RELATO.


Voy a hablar por primera vez, voy a dar el paso y me voy a confesar: Soy dentista y me dan asco las bocas. Sí, es completamente en serio. Os preguntaréis cómo he llegado aquí, algo que me cuestiono yo todos los días al despertarme, y la verdad, cada segundo de mi vida. El caso es que desde muy pequeño estaba enamoradísimo de una niña de mi clase, un amor incondicional por el que no podía imaginar una vida sin ella. Los años fueron pasando, en los que ella pasaba exageradamente de mí. Hasta que en la ESO me enteré de que quería ser dentista. Y mi yo de 13 años vio un clarísimo rayo de esperanza. La forma fácil de tener algo en común con ella y que por fin me diera un poco de bola. Así que lo dije en clase, y mis profesores se sorprendieron tanto, que llamaron a mis padres para contárselo. Resulta que el desastre de Juan parecía tener una aspiración en su vida más allá de salir en bici y estar en las nubes. Todos acogieron la gran noticia como el evento del año, no dejaban de hablar de ello. Y qué iba a decir yo, pensé que se olvidarían, desde luego no me iba a confesar y quedar como un tonto enamorado que no era. El caso es que Lisa, la chica, se empezó a interesar un poco en mí. Al fin y al cabo éramos los únicos de la clase que nos veíamos en un “idílico” futuro de dientes, ortodoncias y bocas llenas de babas. Con mucho optimismo diría que nos hicimos algo parecido a amigos. Mi estrategia daba frutos y yo no iba a romper el único motivo por el que se me acercaba, así que seguí con el rollo dentista. Y no se cómo ya estaba en primero de carrera. Lisa se echó un novio solo entrar, del que me hablaba siempre para contarme sus historietas. Me pregunté toda la carrera si era mejor esto que nada. Pero al final los días pasaban y yo seguía ahí creyéndome mi propia mentira. Lo peor llegó en cuarto: las prácticas. Pasé un año, cada día de la semana, cinco horas mirando y tocando bocas en una clínica. La cosa más asquerosa del mundo. Babas, sangre, dientes podridos, niños insoportables, madres desquiciadas. No entendía nada. Pero ya era tarde. Mis padres nunca habían estado tan contentos.


Decir que a Lisa la perdí de vista al acabar la carrera, ya nunca devolvió mis mensajes y para el colmo se casó con un ciclista por el que tuvo que renunciar a su trabajo debido a los viajes.


Considerándolo bien, voy a quemar esta carta, visto así la versión de mi vida de mujer y mis hijos me suena mejor: soy todo un luchador que decidió que sería dentista desde muy pequeño y lo consiguió. Todo un héroe, para qué liar las cosas.

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